lunes, 14 de julio de 2008

A piece of writing...

Hace unos años atrás escribí un cuento y la verdad es que fue publicado en una revista llamada Tornasol, que ya no existe por cierto y también lo había puesto en mi antiguo blog . Resulta que quiero compartirlo con ustedes, una vez más.


Muerte en Soledad (Elena)

Elena se sintió sola. Se sentó sobre la cama y miró hacia afuera. Desde el octavo piso lo único que veía era el edificio al otro lado de la calle. En el departamento de al frente miró a la mujer sonriente que limpiaba la terraza.

Volvió la mirada hacia el suelo y empezó a llorar. Lloró durante horas, tirada sobre la cama bajo las sábanas blancas. Todo empezó a las 5 de la tarde, un 8 de julio. Hacía frío, pero eso no impedía su llanto. Tenía la ventana abierta y se pasaba el frío a las otras habitaciones. ¿Cómo puede olvidar una persona el frío helado? ¿Qué tan mal lo puede estar para no sentirlo? Afuera llovía. Elena se durmió, despertó al día siguiente temprano en la mañana con el pelo hecho un desastre, los ojos hinchados y con el maquillaje corrido. Miró la hora: 9:05. Se levantó y se vistió con su mejor traje negro, lo amerita la ocasión. Bebió un café bien negro sin azúcar y un pedazo de torta del día anterior, el día del velorio de su hijo Juan. Antes de salir hizo un par de llamadas a su hermana Marta y a su tía Celia. Ellas han sido incondicionales y la han ayudado en todo y saben que lo que viene es lo más difícil. Quedaron en juntarse a eso de las diez en la Iglesia. Elena sabía que el vecindario entero iría a la ceremonia y también que iría el padre de su hijo, Alejandro. Él se fue cuando Juan tenía sólo un mes de edad, revelándole a Elena que se iba de la ciudad a vivir con otra mujer. Eso la devastó. Con esfuerzo salió adelante, pero nadie le dijo que tres años después lo único que tenía y más amaba la dejaba. Por un tonto juego en el río, Juan muere ahogado, junto a dos niñas más. Llegó a la Iglesia y habló con el cura, y al salir ahí estaba Alejandro. Miró a la derecha y estaban Marta y Celia sentadas en un banco. Esperaron a que el sacerdote celebrara la misa y, así como predijo, en la Iglesia estaba todo el vecindario y sus familiares. Algunos la juzgaban y otros sentían la pena junto a ella.

Isabel, su madre, la ayudó a vestir a Juan, bañarlo y perfumarlo. Ella sabía lo que sentía su hija. Isabel tenía diecisiete cuando se casó y a los dieciocho ya esperaba un hijo, el cual perdió a los cinco meses de embarazo. El hecho partió el corazón de Isabel. Entendía a su hija y no quería que sufriera, pero era algo inevitable.

Salieron de la Iglesia, con los familiares más cercanos llevando el ataúd. Llegaron al cementerio y el grupo caminó con el niño en los hombros de sus tres primos y su padre. Cuando estuvieron frente al nicho, bajaron el ataúd al suelo. Elena observó. ¿Cómo puede ser posible que éste sea el destino final? ¿Es éste el supuesto destino de mi hijo? ¿Es a esto a lo que vamos a llegar? Elena lloró y lloró. Se le acercó Alejandro, y ella le gritó, le dijo que se fuera, que era su culpa. Él se fue para siempre de su vida. Se levantó, se secó las lágrimas y se preparó para ubicarlo en el nicho.

Ricardo, el padre de Elena, lo ubicó en el espacio y dijo unas palabras alentadoras. Luego habló Isabel, y por último Elena.

Rompió en llanto infinitas veces desde que murió Juan, hasta siempre. Elena sabía que el suceso pasaría y la dejarían sola, otra vez, de la misma forma como cuando quedó embarazada.

Llegó a su casa, dejó las llaves, fue al baño y se vio horrible, tomó un vaso y lo llenó con agua. Caminó hasta su pieza, se sentó en la cama, miró hacia afuera y vio a la misma señora, haciendo lo mismo. Miró hacia el piso y lloró. Tomó el frasco de pastillas para dormir, se tragó algunas con agua y su último pensamiento antes de dormir fue: A ver si me encuentro con mi niño, con Juanito.

Queene Mab

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